Estudiantes con los Trabajadores Agrícolas
SAF/Cortesía

Carolina del Norte, Raleigh - Ángel Venegas es trabajador rural, hijo de trabajador rural, nieto de trabajador rural. Heredero de generaciones de campesinos, Ángel también estudia Ciencia Política en la universidad y conoce en carne propia la adversidad que enfrentan los hombres y mujeres encargados de cultivar los alimentos que llegan a las mesas de los hogares todos los días.

Por eso, cuando escuchó acerca del programa Estudiantes con los Trabajadores Agrícolas (SAF), no lo dudó un instante y decidió unirse.

Tal como se definen desde el propio programa, Estudiantes con los Trabajadores Agrícolas es una organización sin fines de lucro cuya misión es reunir a estudiantes y trabajadores del campo para aprender sobre la vida de los demás, compartir recursos y habilidades, mejorar las condiciones de labor y luchar por el cambio social. 

Cada año, 25 estudiantes –en su mayoría hispanos– se unen al programa y realizan tareas de abogacía, defensa de derechos, promoción de la salud e incluso acercamientos artísticos con alrededor de 5,000 trabajadores agrícolas. Este año, Ángel es uno de esos 25 estudiantes.

Lejos de sus familias

Ángel proviene de Idaho, donde irrigaba campos de cebollas, papa y maíz. Sin embargo, cuando se unió a SAF descubrió que la realidad de los trabajadores agrícolas en Carolina del Norte era muy distinta a la de Idaho.

–Muchos de los trabajadores agrícolas en Idaho son estacionales y permanecen en el estado todo el año. Acá en Carolina del Norte hay más trabajadores migrantes y con visas H-2A. La principal diferencia es que los trabajadores estacionales en general tienen a sus familias con ellos. Pero los trabajadores migrantes están solos.

Como explica Nathan Dollar, miembro de la Junta de Gobierno del Programa de Salud para Trabajadores Agrícolas de Carolina del Norte, los trabajadores agrícolas migrantes son aquellas personas que han viajado desde su domicilio permanente con fines de trabajo agrícola. A aquellos que se desempeñan en la agricultura, pero no migran para hacerlo, generalmente se los conoce como trabajadores agrícolas estacionales.

–Hay muchas injusticias para los trabajadores migrantes en Carolina del Norte relacionadas con las condiciones de vivienda, los salarios y el acceso a la información –continúa Ángel.

Sin embargo, para él uno de los aspectos más duros de lo que le tocó ver en el programa de SAF, por fuera de las condiciones materiales de trabajo, es la soledad de los trabajadores migrantes: la imposibilidad de ver a sus seres queridos durante meses.

–En Idaho veía muchas enfermedades del cuerpo, pero aquí en Carolina del Norte veo muchos casos de depresión, de ansiedad y síntomas vinculados con lo emocional.  

Para Ángel, el padecimiento psíquico de los trabajadores migrantes es producto de una combinación de las malas condiciones laborales y la imposibilidad de estar con sus seres queridos.

–Creo que es una mezcla del trabajo precarizado y la lejanía de sus familiares. Realmente están a miles de kilómetros de distancia de sus seres queridos. He visto trabajadores que ni siquiera tienen un teléfono, entonces no tienen forma de comunicarse con sus familias. O algunos tienen teléfono pero en el campo no hay señal. 

Joanna Welborn, directora de Comunicaciones de SAF, explica que ese aislamiento de los trabajadores es uno de los motivos por los cuales aprecian tanto la tarea de los estudiantes. Se trata, en definitiva, de caras amigables, que hablan el mismo idioma y con quienes pueden conversar mientras comparten una comida.

–Muchas veces los trabajadores nos cuentan que no reciben visitas, están aislados en las granjas, sin medios de transporte propios. Entonces recibir gente que se preocupa por ellos, los ayuda y los escucha, es muy positivo –dice Joanna.

SAF/Cortesía
El arte como lenguaje universal

SAF además lleva a cabo documentales participativos en los cuales los propios trabajadores agrícolas alzan su voz y dan a conocer sus historias al resto de la sociedad. El arte es, para Joanna, una forma de sanar y un lenguaje universal.

–Para mí el arte es todo. El arte le habla a todas las personas, y es como una lengua común. Especialmente en estos casos, en los que hay una barrera idiomática. Lo que hemos visto a través del trabajo con documentales y con obras de teatro es que compartir historias tiene el poder de derribar barreras. Yo soy una mujer blanca y no provengo de una familia de trabajadores agrícolas, pero la posibilidad de compartir mi historia con ellos y ellos conmigo hace que podamos construir un vínculo y una confianza. Creo en el arte como herramienta para construir esas relaciones y también para educar al resto de la población, que desconoce las condiciones de vida de los trabajadores agrícolas. Es como una puerta de entrada más allá de las estadísticas frías que nos repiten una y otra vez. 

Además de los documentales, las obras de teatro campesino son otra de las manifestaciones de arte con las que trabajan en SAF. En este caso, al servicio de difundir información crucial para los jornaleros de un modo divertido y creativo.

–Creemos en la educación popular y en el teatro popular en términos de que la gente forme parte –cuenta Joanna–. Hacemos obras en los campos, en general sobre cuestiones vinculadas con la salud. Por ejemplo, sobre salud mental y cuáles son las estrategias para lidiar con la depresión, modos de prevención de enfermedades de transmisión sexual, alcoholismo o golpes de calor. Tenemos un grupo de alumnos que hace obras en español y después lidera un diálogo sobre los distintos temas con los trabajadores.

El vínculo de los estudiantes con los trabajadores agrícolas

Alejandra Araiza es otra de las 25 estudiantes que participan del programa este año. Nacida en Guadalajara, donde vivió hasta los 8 años, e hija de un jornalero, Alejandra explica que uno de los puntos fundamentales de la tarea de SAF es generar un vínculo con los trabajadores.

Aunque Alejandra habla perfecto español, asegura que una de las principales trabas a la hora de relacionarse con los trabajadores es la barrera idiomática.

–Hay personas que vienen de Michoacán o de Veracruz, lugares con mucha presencia indígena y no hablan muy bien el español porque su lengua materna es otra. Entonces a veces es un poco difícil comunicarse.

Pero la barrera idiomática no es la única traba.

–A veces incluso es difícil vincularse con las personas que hablan español porque algunos tienen temor a involucrarse, miedo a que se enoje el patrón. Pero cuando entramos en confianza hablamos de todos los temas. Es muy bonito cuando pasa eso.

De hecho, Alejandra ha entablado vínculos con muchos trabajadores. Personas que, cuando se abren, le cuentan el motivo por el cual toleran el trabajo arduo del campo. Y la razón es casi siempre la misma: ayudar a sus familias que están México.

–Toleran estas condiciones laborales con tal de llevarle dinero a sus seres queridos –dice Alejandra.

La paradoja es que, justamente para ayudar a sus hijos, padres o parejas, deben dejar de verlos durante meses, año tras año.

Sin embargo, parte de la asistencia que brinda SAF, tiene que ver con reconectar a los trabajadores con sus familias, aunque sea de manera virtual.

–Cuando encontramos este tipo de casos con depresión y ansiedad –agrega Ángel–, gente que está demasiado sola, tenemos un programa con un cuestionario que podemos hacer para averiguar qué tan graves son los síntomas. Los recogemos, los llevamos a la clínica y les facilitamos el acceso a una doctora certificada que habla español. Y muchas veces también los podemos conectar con su familia por Zoom. 

Ángel coincide con Alejandra en el hecho de que el vínculo y la confianza con los trabajadores es fundamental.

–Más allá de darles servicios de educación, de salud o legales, también son personas e interactuamos con ellos, jugamos, hablamos. Me ha tocado conocer a muchísima gente, escuchar sus historias, y es muy bueno para mí porque aprendo mucho de ellos. Y para ellos también es muy bueno porque les gusta hablar, tener a alguien con quien expresarse.

Tan fuertes pueden ser los vínculos de los estudiantes con los trabajadores agrícolas que Joanna Weborn aún se mantiene en contacto con los jornaleros que conoció cuando fue pasante de SAF en 1996.

SAF/Cortesía
Desconfianza de los rancheros

Más allá del buen vínculo con los trabajadores, no siempre es sencillo para los miembros de SAF entrar a los campos. Algunos rancheros los reciben con desconfianza, muestran hostilidad e incluso en más de una ocasión intentan prohibirles el ingreso. 

De todas formas, SAF opera dentro del marco de los derechos de los inquilinos en Carolina del Norte. Esto quiere decir que los trabajadores, como viven en los campos, tienen derecho a recibir visitas al igual que el resto de los inquilinos que viven en cualquier otra parte. Por eso, los rancheros no les pueden prohibir la entrada. 

Sin embargo, más allá de lo que indica la ley, los problemas con los rancheros son frecuentes.

–Pasa más a menudo de lo que uno espera –se lamenta Alejandra–. Hay ocasiones en las que los rancheros se asoman o están ahí parados y eso crea un poco de intimidación hacia los trabajadores.

En la agricultura, la asimetría de poder entre los jornaleros y los dueños de los campos es total. Los rancheros no sólo son los jefes de los trabajadores: son también quienes les proveen la comida y la vivienda, e incluso en muchos casos les retienen de manera ilegal su documentación. Un panorama que en muchos casos encuadra dentro del delito de trata laboral.

–Como los campos están tan aislados del resto de la sociedad –explica Ángel–, hay muchos abusos y acoso, especialmente sobre las trabajadoras mujeres. Los rancheros les dan casa, les dan dinero, y entonces es muy difícil encontrar una salida. 

Estudiantes con los trabajadores agrícolas en pandemia

Como explica Joanna Welborn, todas las condiciones desiguales que los trabajadores agrícolas han sufrido a lo largo de la historia se exacerbaron durante la pandemia. 

Uno de los principales problemas vinculados a los contagios de COVID-19 entre trabajadores agrícolas es la falta de datos confiables.

Hasta el 30 de agosto, el Departamento de Salud y Servicios Humanos reportó 47 brotes en plantas procesadores de carne y pollo, que derivaron en 5,351 contagios y 25 muertes de trabajadores.

Se trata de la actividad laboral más riesgosa, con cifras más altas de contagios y muertes por COVID-19 que cualquier otra.

Pero los números reales de trabajadores fallecidos o contagiados podrían ser mayores. El propio Departamento de Salud reconoce que sus números “no representan el alcance completo de casos que ocurren en todo el estado”.

Y los números son menos transparentes aún con respecto a los trabajadores agrícolas que no realizan sus tareas en plantas procesadoras sino en los campos. 

–Es algo muy triste –dice Joanna–. Los trabajadores agrícolas se vieron más afectados por la pandemia que el resto de la población. Son un grupo especialmente vulnerable porque viven todos juntos en espacios pequeños, son transportados todos juntos en autobuses hasta los campos, trabajan hombro con hombro, a veces no tienen acceso a información o a equipos de protección personal. También asistimos a trabajadores de plantas procesadoras de carne y pollo, quienes han sufrido mucho durante el último año debido a la alta cantidad de contagios en sus lugares de trabajo. 

Por eso, SAF realizó un fuerte trabajo de respuesta al COVID-19. En 2020 distribuyó $47,500 en ayuda a exalumnos y a participantes actuales de familias campesinas. También repartió 6,000 mascarillas a trabajadores agrícolas y sus familias, y colaboró con la Red de Defensa de Trabajadores Agrícolas (FAN - Farmworker Advocacy Network) para coordinar servicios, enviar cartas a líderes estatales, organizar conferencias de prensa y circular peticiones para exigir protecciones para trabajadores.

Aprendizaje mutuo

Los trabajadores agrícolas no son los únicos que se benefician de la existencia de SAF. También lo hacen los estudiantes, quienes se llevan un aprendizaje que jamás podrían obtener sentados en un aula.

Desde sus años de trayectoria dentro de SAF, Joanna cuenta que la construcción de vínculos con los trabajadores y el conocimiento sobre sus necesidades forma parte de los objetivos que el programa tiene hacia los estudiantes.

Otro objetivo es que comprendan que el trabajo en materia de justicia social también puede ser una carrera.

–Queremos que los estudiantes vean que pueden trabajar con una organización sin fines de lucro o como organizadores comunitarios, o también convertirse en artistas con un compromiso con la justicia social. También que aprendan a trabajar con poblaciones marginalizadas, lo cual es una tarea compleja y muy específica. Incluso incorporan habilidades en cuidados de la salud, o en cuestiones legales.

–Aprendí mucho sobre la importancia de los campesinos –agrega Alejandra–. Ellos trabajan por largos períodos en condiciones que no son buenas para traer la comida a nuestras mesas. Aprendí mucho sobre cómo viven, cuál es su situación, y también aprendí a defender sus derechos, porque muchos tienen miedo de hablar o de formar parte de sindicatos. Aprendí a ser una ayuda para ellos.

Se trata de cuestiones que están por fuera de cualquier currícula universitaria y que sólo se pueden incorporar poniendo los pies en el barro. Como aprender a escuchar las historias de vida de otras personas y acompañarlas de manera ética.

SAF/Cortesía

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