Activista LGBTQ Cristina Morales

Carolina del Norte, Durham – El reconocimiento de los derechos contribuye a generar las condiciones mínimas para el desarrollo integral de las personas en un marco de igualdad ante la ley y respeto a su dignidad e identidad como seres humanos. Sin embargo, para Cristina Morales, una mujer inmigrante transexual de origen mexicano, los cambios políticos y normativos que hoy alcanzan y protegen a la comunidad LGBTQ+, particularmente a las personas trans, son un “privilegio”.

Cristina se convirtió en referente y símbolo del movimiento social de lucha contra la discriminación y en pro de los derechos de la comunidad transexual en Carolina del Norte. El activismo de Cristina inició cuando se atrevió a levantar su voz diez años atrás en las oficinas consulares de México en Raleigh, capital de Carolina del Norte. 

En 2012, Cristina Morales protagonizó un enfrentamiento con funcionarios del Consulado de México en Raleigh que le exigían desmaquillarse para poder renovar su pasaporte. 

Su imagen no coincidía con los datos del registro. Ante los funcionarios consulares, su identidad y sus derechos no eran más importantes que la normativa y el sistema. 

“Llegué temprano. Al momento de pasar con la persona que me atendió, comenzó la controversia. ‘Tu nombre no corresponde con tu imagen’, me dijo. Ahí empezó el pleito. Todo el mundo se dio cuenta de lo que estaba pasando”.

Inmediatamente, llamaron a la persona responsable de las ventanillas de atención. 

“Se comportó de forma prepotente y grosera. Me ordenó quitarme el maquillaje”. 

Sin embargo, años antes, Cristina había realizado el mismo trámite, en las mismas oficinas consulares, pero en condiciones muy diferentes.  

“Si antes no había tenido problema, ¿por qué ahora?”, cuestionó Cristina. 

Los funcionarios no pudieron justificarse ni darle una respuesta.

“Se molestaron y fue necesaria la intervención del cónsul, quien si se portó de manera amable. Me permitió tomarme la fotografía maquillada y solamente me solicitó quitarme los aretes, como a cualquier otra persona”. 

Cristina: símbolo de lucha y cambio

La historia de Cristina Morales escaló a los medios locales de comunicación y sin proponérselo se convirtió en una referente para la comunidad transexual inmigrante y la incipiente lucha por sus derechos en el área del triángulo. 

“Después de ese incidente, escuché que otras personas habían tenido el mismo problema. Me contactó la Universidad de Wake Forest que estaba haciendo un estudio con la comunidad trans y me invitaron a colaborar. Les dije que sí”. 

Cristina sirvió de enlace entre la comunidad y la universidad.  

“Reuní a diez chicas, la comunidad había crecido, y trabajamos en el estudio. Teníamos sesiones los domingos, hablábamos sobre las barreras y los problemas que enfrentamos como comunidad”. 

Una vez que finalizó el estudio, apunta Cristina, la comunidad organizó un foro con la participación de clínicas locales, funcionarios consulares, organizaciones sociales y los cuerpos de policía. 

“Fue bastante grande, fue cuando el consulado se abrió y vio la posibilidad de hablar y educar a su gente. Después vinieron clínicas comunitarias, se acercaron, para ayudar en el proceso y comenzaron a dar servicios a las chicas”.

La sensibilización y preparación de los funcionarios consulares vino de la mano con el reclamo y el impulso de cambios normativos, los cuales, comenzaron a consolidarse una década más tarde. 

En febrero de este año, las oficinas consulares de México comenzaron a ofrecer a las personas transgénero inmigrantes de origen mexicano la posibilidad de obtener actas de nacimiento por reconocimiento de identidad de género. Lo que significa que las personas trans pueden cambiar el nombre que fue inscrito por sus padres en el Registro Civil al momento de nacer, por el nombre con el que se identifican y, en adelante, renovar todos sus documentos personales. 

En el 2012, Cristina Morales protagonizó un enfrentamiento con funcionarios del Consulado de México en Raleigh que le exigían desmaquillarse para poder renovar su pasaporte/ELNC

Roxana Picazo, especialista comunitaria LGBTQ+ de El Centro Hispano (ECH) y quien forma parte de una nueva generación de activistas locales, es consciente de que la lucha por el reconocimiento de sus derechos comenzó con personas como Cristina. 

“Cristina es una persona que, de una u otra manera, ha dejado un legado a la comunidad transgénero. Es una excelente persona, que ha luchado por nuestra comunidad”, dijo Roxana a Enlace Latino NC. 

Hoy, Roxana ocupa el mismo puesto que desempeñó Cristina como especialista LGBTQ+ en ECH antes de asumir nuevas tareas administrativas. 

Roxana era una de las chicas que formaban parte del colectivo de mujeres transexuales inmigrantes denominado Entre Nosotras, auspiciado por ECH con sede en Durham y coordinado por Cristina Morales.

“(Cristina) Nos llamaba para motivarnos a estar ahí siempre, apoyando y buscando a la comunidad, haciendo las cosas que nuestra comunidad necesitaba. Ella fue la persona que me conecto con tratamientos hormonales en el 2015, ahí comencé mi tratamiento y me ayudo a acceder a muchas cosas más”. 

Roxana, junto a Elsa Huerta, coordinadora de los programas LGBTQ+ de ECH, acompañaron a cada una de las personas transexuales que optaron por cambiar su nombre en el Consulado de México durante las últimas semanas. 

Para Roxana y Elsa, la experiencia de Cristina, como la de muchas otras personas que iniciaron la lucha por el reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBTQ+ en los Estados Unidos, siempre estará vigente. 

Vivir en paz

Cristina Morales llegó a Carolina del Norte proveniente de la Ciudad de México, una de las grandes urbes latinoamericanas, todavía con arraigo patriarcal, motivada por dos amigos que viajaron un par de años antes al país.  

Tenía casi 30 años y buscaba mucho más que la estabilidad económica, las oportunidades de emprendimiento y la calidad de vida con la que sueñan los inmigrantes que cruzan la frontera entre México y los Estados Unidos. 

Cristina aspiraba a vivir en paz, a poder salir de su casa sin sentir que su vida correría peligro o sería víctima de violencia por su condición de mujer transexual. 

Sin embargo, se estableció en una ciudad pequeña en uno de los estados más conservadores del Sur de los Estados Unidos, donde también sufrió discriminación, principalmente, por parte de la población indocumentada de origen latino. 

“Hace 24 años, Durham no era una ciudad muy poblada, no había mucha infraestructura, era prácticamente un pueblito”, recuerda Cristina, quien encontró las primeras barreras en el idioma y el acceso a oportunidades de trabajo. 

Además, a diferencia de la Ciudad de México, donde existe un sistema masivo de transporte público de alta demanda, en Carolina del Norte era casi imposible trasladarse de un lugar a otro sin vehículo particular. 

“No había mucha comunidad trans tampoco. En ese tiempo éramos unas tres en toda el área del triángulo, que en algunos momentos coincidíamos”. 

Corría el año 1997, la comunidad latina en Durham todavía era pequeña. 

“La situación era muy difícil en esos años. Había discriminación, mucha discriminación, y no era fácil conseguir un trabajo. Acceder a un tratamiento médico era imposible, teníamos que conseguir productos desde México, como decimos, por ‘debajo del agua’, y nos automedicábamos”. 

Reinventarse: el reto de Cristina en los Estados Unidos

Sin opciones laborales y con la necesidad de generar ingresos, Cristina comenzó a cortar cabello a domicilio, después de todo, ya conocía el oficio. En México trabajó como estilista hasta el día en que decidió emigrar. 

En su país natal, Cristina Morales había estudiado Biología en la Universidad Autónoma de México y Contaduría Pública en la Escuela Bancaria y Comercial, pero, finalmente, optó por la estética y trabajar con sus propias manos. 

Su familia siempre le ofreció “entendimiento, comprensión y aceptación”. 

“Desde que me abrí con ellos nunca recibí rechazo o discriminación. Esa es una base importante, que tu familia te apoye. Eso hace que seas una persona exitosa, porque cuando tu familia te rechaza, siempre guardas resentimiento”. 

Pero en los Estados Unidos estaba sola y dependía de sí misma. 

“Cuando llegue aquí no tenía a nadie”. Por primera vez, estaba lejos de casa y de su madre, a quien recuerda como su “ejemplo y soporte más grande”.

Al tiempo, consiguió un empleo con una empresa de limpieza que, a su vez, era contratista de otras compañías en el área. Así fue como comenzó a trabajar como house keeping en las antiguas instalaciones de IBM en Durham. 

Todos sus compañeros de trabajo eran latinos y las muestras de intolerancia, irrespeto y discriminación recurrentes, pero siguió trabajando y conoció a Cecilia, una mujer de origen cubano que le ayudó a conseguir un nuevo empleo.  

Ya habían transcurrido dos años cuando comenzó a trabajar con la empresa OEO Tecnology Solutions que tenía parte de sus laboratorios en el mismo edificio. El ambiente laboral y las condiciones mejoraron de forma significativa. 

Por primera vez en su vida le ofrecieron cambiar su nombre. La persona que la atendió en la oficina de Recursos Humanos notó que su imagen no correspondía con el nombre consignado en sus documentos personales, así que de forma natural le preguntó cuál nombre quería utilizar en su identificación de trabajo. 

“¡Cristina! Y así se quedó. Lo escogí sin pensarlo, por nada en especial”. 

Su nuevo trabajo le dio estabilidad y reconocimiento como persona, con el género con el que siempre se auto percibió. Siempre se sintió respaldada y aprovechó el tiempo para tomar clases de inglés en el Colegio Técnico Comunitario de Durham.  

“Pude tener un seguro de salud, empezar a ir a la clínica y tener acceso a hormonas, aunque en ese tiempo no era tan fácil obtenerlas, pero la doctora me ayudó. Ya era algo controlado y vigilado por un médico”. 

Durante seis años trabajó para la misma compañía, pero todo cambió en el 2001 para la población inmigrante indocumentada. Los ataques terroristas del 11 de setiembre provocaron un recrudecimiento de las políticas migratorias y las compañías comenzaron a verificar los documentos y atestados de sus empleados. 

Como muchos trabajadores indocumentados, Cristina perdió su trabajo. 

“Cuando salí de ahí me enfrenté de nuevo a la realidad. Era muy difícil conseguir trabajo. En ese tiempo había que pagar por documentos falsos y el problema venía al momento de la entrevista”. 

Para una persona inmigrante indocumentada transgénero todo era más difícil. 

“Me dediqué de nuevo a trabajar como estilista. Saqué mi licencia, aprobé los exámenes y cumplí con todos los requisitos estatales. Ese fue mi modus vivendi, trabajando en salones, en muchos lugares al mismo tiempo”. 

La Costa Oeste

En el 2013, Cristina Morales decidió trasladarse a San Francisco, California, con el único propósito de arreglar su situación migratoria. En Carolina del Norte se acentuaba el racismo y la discriminación contra los inmigrantes.

“Eran épocas difíciles. Te detenían por una infracción de tránsito y te podían deportar, todo dependía de que tan racista era el policía”.

La incertidumbre y, nuevamente, el temor, motivaron a Cristina a investigar cómo podría regularizar su situación. Se asesoró, conversó con abogados y contactó a organizaciones civiles que apoyan a la comunidad inmigrante. 

Gestionar un asilo en Carolina del Norte resultaba difícil y sumamente costoso. 

“Cambiarme a otro estado no era lo que yo quería”, recuerda Cristina, pero lo hizo. Su éxodo personal la llevó a la Costa Oeste, donde permaneció poco más de un año, entre octubre de 2013 y la Navidad del 2014. 

“Es otro mundo, es como si entraras a otra dimensión. Un estado (California) donde toda la gente es importante y la comunidad transgénero recibe ayuda psicológica y médica. Puedes hacer muchas cosas que paga el estado”.

Antes de viajar a California, Cristina contactó a una organización y la abogada Noemi Calonje tomó su caso de forma gratuita. Viajó con una amiga y juntas comenzaron a “navegar entre el sistema”, pero “fue fácil, no hay discriminación”. 

Cristina pudo continuar con su tratamiento clínico y la vincularon con grupos de la comunidad. Allí, en California, aprendió como trabaja el sistema y ofrece ayuda gratuita y efectiva a la población transgénero. 

“Puedes hacerte cualquier operación y recibir terapia sin costo, todo lo paga el estado”, sin embargo, Cristina, acostumbrada a trabajar, tiene una lectura crítica.

“La gente se acostumbre a vivir del estado, no se esfuerza. Es una de las cosas que no me gustaron, aparte de que es demasiado caro, las rentas son estratosféricas. Vivía con ocho personas más en la misma casa y compartía habitación con dos”. 

El propósito de Cristina era arreglar su situación migratoria. No quería quedarse en California, pero su abogada le advirtió que el trámite de asilo político tomaría tiempo. Debían presentar su caso a la corte y esperar por una audiencia. 

El proceso de solicitud tardó unos cinco meses. Su caso, finalmente, fue trasladado al juzgado de Arlington, en Carolina del Norte, donde tuvo su entrevista. Su excompañero de trabajo Eliazar Posada la acompañó y le sirvió de intérprete. 

Esperó unos meses y, finalmente, el gobierno de los Estados Unidos le concedió el asilo político en 2017. Un año después, aplicó por su residencia. 

“Cuando pides asilo renuncias a tu país, poque tu vida corre peligro. Te dan una nueva identidad”. Sin embargo, Cristina Morales de define “orgullosamente chilanga”, como se le denomina de manera coloquial a los residentes de Ciudad de México.

La injusticia como detonador de cambios

Carolina del Norte sigue siendo un estado conservador, pero, a los ojos de Cristina, “hay un avance bastante grande con respecto a hace 24 años”, ya que la comunidad LGBTQ+ en general “goza de privilegios” por los que personas como ella pelearon antes. 

Pero, ¿qué tanto cambió la situación para la población transexual inmigrante en el Sur de los Estados Unidos? Para Cristina, “la diferencia es abismal”.

“Ahora hay mucha aceptación y leyes que te protegen y te cuidan. Todos los cuidados médicos. Hay ciudades, estados, que te ayudan con la reasignación de sexo. La policía ya no discrimina como antes”.

Hoy, destaca Cristina, las chicas de origen mexicano pueden cambiar sus datos en el Registro Civil desde una oficina consular, pero “fue un proceso”. 

“Antes era difícil y costoso, imposible de hacer. Muchas chicas no tenían el dinero para hacerlo o su estatus migratorio no les permitía viajar”. 

La mentalidad, afirma, “está cambiando”, pero persisten la discriminación y las injusticias que, para Cristina, son el combustible de la lucha social. 

No me gusta la injusticia. No me gusta que se cometan injusticias con la gente. Yo tuve ese percance en el Consulado, pero eso le iba a pasar a cualquiera”.

Su paso por California y su experiencia personal bogando frente al sistema administrativo y legal la motivó a trabajar por su comunidad en Carolina del Norte, donde encontró una oportunidad en ECH.

“Cuando vi la experiencia en San Francisco y regresé acá, pensé que podía hacerlo”. La persona que coordinaba el grupo de mujeres trans en ECH dejó el puesto vacante y Cristina asumió el reto.

“Tenía las armas para conocer gente y meterme en los lugares. El trabajo me ayudó a conseguirle muchas cosas a la comunidad, tocando puertas de clínicas en Durham, por ejemplo”. 

El esfuerzo, afirma con seguridad, “valió la pena”, pero nunca imaginó que su trabajo sería reconocido en otros estados donde se publicaron notas de empresa y fue invitada por organizaciones sociales a compartir su experiencia. 

Cristina Morales hizo de Durham su hogar. Aquí conoció a su esposo, con quien ya tiene cuatro años, y sigue trabajando en el área administrativa de ECH. 

A pesar de la distancia, mantiene contacto permanente con su papá y dos hermanas que viven en México, también con su hermano en Texas, y una media hermana que se trasladó a Carolina del Norte con sus dos hijos. 

“La suerte que me ha tocado de hacer todo esto y ayudar a mucha gente, espero que sirva de ejemplo para otras más. Lo poquito o mucho que he hecho, me ha dejado mucha satisfacción”. 

Periodista Político en Enlace Latino NC. Productor ejecutivo y asesor en comunicación política, con más de quince años de trayectoria profesional.

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